Día común
Por Alexia Zúñiga
Proyectos es una sección para conocer más acerca de los procesos creativos de los autores en PICS. Para este #1, Alexia Zúñiga nos comparte algunas historias detrás de su proyecto Día común (2011-17), una serie donde explora vivencias de mujeres transgénero que habitan en México y Brasil. En esta ocasión, profundiza en su contacto con Janet en las afueras de la Ciudad de México.
Vivir la vejez, la dignidad en lo cotidiano y el reconocimiento en la otra se nos presentan en esta narración.
“[…] lo que nosotros vemos es sólo una pequeña parte del mundo. Damos por hecho que esto es el mundo, pero no es del todo cierto. El verdadero mundo está en un lugar más oscuro, más profundo, y en su mayor parte lo ocupan
criaturas como las medusas. Eso nosotros lo olvidamos. ¿No te parece? Dos terceras partes del planeta son océanos y lo que nosotros podemos ver con nuestros ojos no pasa de ser la superficie del mar, la piel. De lo que verdaderamente hay debajo
no sabemos nada”.1
Haruki Murakami
No puedo acceder a las imágenes en la memoria de nuestro primer encuentro, pero recuerdo la sensación de ir a encontrarla en algún lugar desconocido fuera de Ciudad de México. Recuerdo también que tenía miedo, miedo de ir y no tomar el camino correcto, miedo de no encontrarla, miedo de no saber lo que podría suceder. Cuando llegué a su casa, calentó el agua para tomar café. Era cuidadosa con su modo de hablar, daba pausas entre las palabras y tenía una verdadera calma que estaba en equilibrio con el lugar.
Estábamos rodeadas por un bosque.
Su casa era rosa y estaba construida enteramente con madera.
Tenía un patio trasero con varias plantas y una mesa, ahí nos sentamos y nos presentamos por primera vez, mientras su pequeña perra testificaba aquel encuentro. Sentadas y ya un poco relajadas, Janet confesó cuánto le gustaba su casa. Yo, por otro lado, no dejé de admirar la paz que el lugar y ella me ofrecían. Estábamos apartadas de todo, y esta calma parecía necesaria.
Espejos, 2017
La cámara estaba sobre la mesa, sin embargo no tenía el interés de usarla. No en ese momento. Sentía una necesidad por dejar de ver y sólo escuchar; desatendí mi mirada. De hecho, apenas observaba. Aquella experiencia no se limitaba sólo al disparo de la cámara. Varios minutos después de estar dialogando, tomé la cámara en las manos, empecé a desenfocar, y ella seguía hablando.
Cuento mis historias, Janet cuenta las suyas.
Mencionó a sus dos amores y los seis años de duración con cada uno; como si ese número fuera una maldición del tiempo. Al primero, quien la acompañaría al hospital para realizar su cirugía, lo recordaba con nostalgia, pues él y la ciudad de Tijuana la vieron por primera vez como mujer. Tijuana, lugar donde el mar también fue obligado a dividirse por un muro fronterizo de 100 metros, representaría para Janet un lugar donde los límites se quebraban y donde podría descubrirse a sí misma.
Pretendí no ser invasiva con Janet, aunque probablemente ya lo era. Tenía un poco de miedo de no encontrar un vínculo con ella, o que ella no quisiera contarme acerca de su vida. Intentábamos vislumbrarnos en un pensamiento consciente.
Mi interés era revelarme ante ella y develarla en mí, más allá de los estereotipos.
Algunas cosas brillaban en sus palabras. Mi visión era dirigida por lo que oía y ambos sentidos —la vista y el olfato—, se dislocaban en un mismo espacio simbólico que era iluminado por un reflejo: mi encuentro con ella.
Hubo un pensamiento que se presentaba como algo real, palpable. Pasé a preguntarle sobre su última pareja. Suspiró y me preguntó: «¿estás grabando?». Entendí que era el momento de conocerla, de verla directamente y no a través del aparato fotográfico. «No le podía dar lo que él pedía: un hijo, una familia», confesó Janet. Ni él ni su familia sabían del cambio de sexo. La presión era, según ella, constante.
Vía láctea, 2015
Con el pasar de los años, cierto día, ya muy cansada por la angustia de compartir su identidad, pero también por querer mantener su amor y acabar con las quejas, dijo que estaba embarazada. Cuando el sonido de la última letra salió de su boca, se dio cuenta de lo que había hecho.
Era imposible retroceder, la confesión estaba hecha y alimentaba la permanencia y finitud de su unión. Fue en esta confesión que encontré aquello que buscaba, en ese instante supe por qué estaba ahí. En ese instante, era inevitable no ver ni oír lo que sucedía entre nosotras. El descubrimiento reside en saber que en todas las fotografías…
No tenía que cambiar algo,
lo que tenía que hacer era aprender a ver de nuevo.
Comencé a fotografiarla principalmente para evocar ese momento en una situación futura. No sólo necesitaba de la dimensión técnica de la cámara, sino que también tenía la necesidad de que existiera un diálogo con quien observaba.
La narración de un fragmento de su historia —grabada en audio— me ofreció esa posibilidad, pero también el tiempo transcurrido en la experiencia vivida, en las fotografías y en los dibujos realizados.
A través de esas imágenes encuentro el
futuro, veo mis dudas, reformulo, imagino al fotografiar, oír o escribir lo inasible, me reconozco.
Comienzo a abrazar otra manera de mirar.
Creo, entonces, que el proceso implicaba una pérdida. Más allá de estar en un espacio geográficamente ajeno, mi cuerpo también cedió: mi visión previamente contaminada. Esta pérdida posibilitó atravesar el puente que construí
entre ella y yo por medio de la fotografía. En cada descubrimiento que hago de mí en la imagen, me acuerdo del tiempo pasado y de los cambios que surgieron.
Al final, soy consciente de esa mirada que me engaña, aquella en donde los ojos
asumen todo con claridad.
La oscuridad camina conmigo
La «ceguera toma mi mano y me guía. Sé muy poco sobre lo que sucede, donde me voy o lo que estoy haciendo. Esto es mirar».2
Poco a poco voy organizando mi miedo y comprendo que en principio, se presentaba como un temor de no llegar a su casa. Quizá se trate de la posibilidad de no encontrarme en ella y ella en mí. Supongo que el miedo es algo que nos acompaña cuando se habla del futuro, de lo desconocido. Como uno escalofrío que se percibe no sólo al revelarse, sino también cuando es colocado con nuestras invenciones, causando fascinación y náuseas al mismo tiempo.
Habitar su casa aclaró en mí la conciencia e implicaciones de nuestras elecciones en la vida y de cómo el pasado puede vincular nuestra mirada.
Nos encontramos para descubrir nuestras historias, nuestros cuerpos, nuestro hogar en común.
Aún sin poder ver, sigo imaginando y encontrando ese futuro entre nosotras.
Oscuridad, 2015
Alexia Zúñiga (Hidalgo, 1984) es comunicóloga por la Universidad Intercontinental y fotógrafa por la Escuela Activa de Fotografía. Su trabajo aborda desde un enfoque documental, los distintos roles sociales interpretados por los individuos en las sociedades contemporáneas. Su trabajo ha sido exhibido en el World Pride Photo (Amsterdam, 2013), Museo del Chopo (México, 2015), Iberoencontros (Portugal,2015), Museo de Arte de Bahia (Brasil, 2015), X Bienal de Puebla (2015), entre otros.
- 1Haruki Murakami, Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, 1994, p. 497.
- 2James Elkins, The Object stares back. New York: Simon & Schuster, 1996, p. 235.