Diario de una mona china
Tizha Shi
Gracias a Doreen por el futuro.
A pesar de que construimos nuestra identidad personal y colectiva a partir de la memoria, esta es demostrablemente inestable, voluble y falible. Las últimas teorías sobre cómo funciona la memoria formulan, que el acto de recordar es una reconstrucción de un archivo traído desde diferentes partes del cerebro, el cual se recodifica cada que se añade información. Mientras más frecuente se recuerda, más fácil es que se introduzcan distorsiones. No recordar lleva al olvido, pero recordar tiende a la distorsión. Quizás por eso tendemos a refugiarnos en el Archivo físico, objetivo, universal y Verdadero para consultar la realidad.
Este es mi intento de re-contar mi narrativa, admitiendo lo distorsionado y desarticulado que pueda ser.
re-cordar
re-cuperar
re-interpretar
re-archivar
Nací en el año 2000 y el mundo se iba a acabar. A los 2 años mis padres me mandaron a quedarme con mis abuelos en China y estuve viviendo por dos años en un internado en Beijing. Crecí viendo anime, jugaba a ser Ultraman, me enfermaba mucho y mi lugar favorito era el acuario. Tan pronto como me fui y sin saber por qué, regresé a México. Lloraba mucho y no sabía cómo acusar a lxs niñxs que me hacían bullying en el kinder. Apenas hace tres años me animé a cuestionarles, a lo que respondieron con una oración. No supe de dónde vine ni a qué regresé.
En la primaria, durante los recreos, jugaba a golpes con los niños y me gustaba decir groserías. Me rompieron el corazón por primera vez diciéndome al decirme que no bailaba igual de bien que otra morra y escribí un cuento sobre aquel desamor. Cuando me empecé a juntar con el grupo de las chicas populares, escuché cómo se quejaban de sus cuerpos y su miedo a quedarse “planas”. Nunca las entendí y tampoco salí en sus fotos de Facebook.
En la secu me empecé a cortar con las cuchillas que destornillaba de los sacapuntas, me ponía mascadas y bufandas todos los días para tapar el hecho de que mis pechos no estaban creciendo y usé brassieres con relleno hasta los 20. Era la “niña ideal”: flaquita, bonita, callada y aplicada. Sin embargo, mi cuerpo nunca cambió como me habían contado. Me iba a quedar niña y yo quería ser una Mujer. En la nueva escuela ya no era la asiática inteligente, ya no tenía a mis novios de chocolate, y cada vez era más evidente que no sabía qué era ser “aceptable” y cómo se navegaba el mundo. Creí que nadie me iba a querer, que nadie me encontraría deseable y que me iba a morir virgen. Cuando empecé a coger me di cuenta que a los vatos no les importaba si estaba plana o no; la desnudez se convirtió en un alivio y desde la hipersexualidad cishétera encontré la validación y el “cariño” que no sentí de niñx.
Experiencia migrante (¿?) → falta de comunidad e identidad → otredad → búsqueda de refugio → validación siendo la “niña ideal” → profecía no autocumplida de ser la “mujer ideal” → usar bra para sentirme suficiente “Humana” → usar el sexo para la validación masculina heterocis (la más valiosa de todas) → “soy deseada, luego existo” → …
Me recuerdo niño, con el cabello corto, jugando a ser Sun Wukong y Ultraman. Las fotos que encontré eran de mí posando como flor y vistiéndome de señorita. Me recuerdo en el kinder llorando, a mis padres regañándome porque no pronunciaba bien la r en inglés. Las fotos que encontré eran de mí con dos colitas, sonriendo y posando con flores en el parque. Una vez aceptando las inevitables contradicciones de nuestra memoria y el archivo es que podemos ver todo con mayor honestidad.
La versión fotográfica de la niña feliz es la perspectiva enmarcada que mi familia decidió capturar y la que recuerdan, en donde no hubo lugar para mi versión y todo el dolor al que me he aferrado. Empecé este proyecto de re-interpretación de mi memoria para encontrar pistas de una “infancia trans,” para explicarme por qué no es un invento y legitimar mi nueva identidad de género. Lo que encontré fue la oportunidad de regresar en el tiempo y darle voz a mi yo pequeño para hacer pases con el dolor. Quiero creer que el autoentendimiento es procurarse y procurar a lxs demás.
Este es mi intento de documentar cómo ocurrió esto que soy,
de pasar los archivos fotográficos desde una memoria somática, habitada, corpórea,
y de verme no como debía, sino como quiero ser.
Hace como dos años, durante la pandemia, salí por primera vez de mi casa sin bra, y eso detonó bastante. Pocos meses después me rapé, y me dió pánico y maravilla no reconocerme en el espejo, verme vato. Mi mamá bromeó con que al fin tendría el hijo que nunca tuvo. Tardé un tiempo más en dejar ir mi womanhood (porque femenino todavía soy) y, no sé si por coincidencia, también he dejado de odiarme a mí mismx.
No puedo decir que siento más certidumbre. Para mí, ser trans es más una pregunta que una respuesta. Es cuestionar para aprender cómo me quiero relacionar con mi cuerpo, con lxs demás, con otras criaturas, con el fin del mundo y con el dolor. Preguntarse por el origen del dolor y si vale la pena sobrellevarlo, el cómo sanarlo en colectivo, lo que estoy dispuestx a vulnerar y a dejar ir; tienen mucho más sentido que rumiar en si soy verdaderamente no binarie, si es porque quiero atención, porque no tengo preocupaciones “reales”, o porque me resigné al no poder ser una “buena mujer”.
Estuve buscando un refugio por mucho tiempo. Desear encontrarlo es querer la perfección, el entendimiento total, “el amor de mi vida”, una verdad absoluta. Pero creer en un futuro posible, es aceptar que no hay refugio ni en una identidad, ni en una persona o una comunidad. Estar en el border del borde de mis varias “identidades” y ser una proyección para otrxs me ha obligado a abrazar las contradicciones. Navegar por la imperfección, la incomodidad, lo inexplicable. Es así que he llegado a querer construir espacios blanditos, sensibles y de una masculinidad suave.
Cuando pensamos en el futuro tendemos a olvidar de dónde venimos y cómo llegamos hasta aquí. Aspirar a un futuro sin género es igual de lejano que los autos voladores o las ciudades de cromo. A pesar de que la temática de esta edición es el futuro, para mí tuvo más sentido examinar cómo se llega a donde llegamos. Las personas sexodisidentes sabemos que las construcciones sexogenéricas son imposiciones coloniales y cisheteropatriarcales (que el género “no es real”), pero eso no hace que nuestras expresiones de género y dinámicas relacionales sean menos encarnadas. Me interesó mostrar las falsas dicotomías entre sexo/género, natural/social, nature/nurture y lo poco que pretendo justificarme desde el bioesencialismo. No sé si nací trans, si siempre lo fui, si llegué a serlo o lo decidí; no sé si soy trans o sólo habito una transición, pero me es innegable que no soy lo que se suponía que iba a ser. Mi futuro no se predijo y no me interesa predecirlo.
Lo que debemos de arrancarnos es la violencia y el control sistémicos que el régimen sexogénero implica; arrancarnos las reglas, el manual de instrucciones, las banderas con sus fronteras para difuminar los límites de lo posible y aprender a sobrellevar las contradicciones. El devenir tiene que parecerse a las personas que lo encarnamos, con sus complejidades y constante cambio, y no a lo que se espera que sea desde intereses capitalistas, imperialistas y blancos. No partir desde un ideal al que nos obligan a moldearnos, sino tirar el molde; aprender a contenernos desde nuestras relaciones.
Hay cierto cariño y orgullo cada vez que conozco a una persona trans. Es un amor que nunca había sentido antes.
Hay cierta empatía con imaginar cómo llegaron a ser quienes son. Cómo en algún momento sintieron ese miedo de saber que la persona que quieres ser, es algo que no puedes, que está prohibido… que no existe. Ser trans es poder imaginar un futuro que todavía no existe, que aún no se materializa, pero está.
Hay cierta empatía con imaginar lo largo y complicado que fue su proceso. El miedo de no saber cómo tu cuerpo va a cambiar, cómo tu vida, tu familia, tus amigos y tu amor van a cambiar. Cambiar la materia toma tiempo, no es un proceso lineal, directo, permanente o fácil. Cambiar cómo te ves, cómo hablas, cómo caminas, cómo te mueves, las proporciones de tu cuerpo, cómo se siente tu piel, tu cabello, tu postura. Cambiar la memoria y el pensamiento también son cambios de materia, cambiar la química de tu cerebro, tus rutas neuronales, la plasticidad de tu cerebro.
Hay cierta empatía con no poder imaginar la experiencia de otras personas [trans]. De aceptar que hay experiencias y procesos que me son inimaginables, que hay una diversidad de sentipensares que nunca viviré, y lo mejor que puedo hacer es callar y escuchar. Que no necesito anclar la empatía en mi propia experiencia para poder estar, sentir y amar.
Construir un futuro inimaginable sólo se puede hacer desde la materia.
Confiar en que el cuerpo va a llegar,
que el agua encontrará por dónde fluir,
que el micelio sabrá por dónde viajar,
que la mucosidad licuada se convertirá en una mariposa,
que las hormonas te harán crecer,
que las cicatrices sanarán.
Confiar en que conocerás gente que te vea, te escuche y te quiera.
Confiar en que conocerás gente que te vea, te escuche y te quiera como tú quieres ser vistx,
escuchadx y queridx.
Tendremos que confiar que el futuro que no nos podemos imaginar, ya está aquí,
en el cuerpo, en la materia, en la tierra, en la memoria,
en lo que no conocemos pero podemos conocer,
en lo que no sabemos pero podemos aprender,
en lxs que todavía no conocemos, pero vamos a conocer.
Gracias a Regina, Esme, Nico, Iyol,
Seven, Bía, Daniel, Naty, Caro, Maud y Jill
por ayudarme a creer, imaginar, confiar, amar,
[en] un futuro que ya existe.