Reconocer al animal
Por Patrick López
“La experiencia del animal que ve (…) no ha sido considerada (…) lo han negado tanto como desconocido. De aquí en adelante habremos de dar vueltas y vueltas al rededor de esta inmensa negación, cuya lógica atraviesa toda la historia de la
humanidad”.
Jacques Derrida
“Man up… for the 2x bacon”
(Hazte hombre… para la hamburguesa 2x tocino).
Publicidad Carl’s Jr
Patrick López, For dead animals pt.1, 2020.
En tiempos recientes se nos ha recordado acerca de la fragilidad humana y la creciente necesidad de una transformación de los sesgos que determinan nuestra coexistencia con los habitantes de otras especies. Mientras la humanidad continúa luchando a velocidad sin precedentes por mantener a raya otro virus de origen zoonótico, también parece ansiar el “regreso” a un status quo que parece nunca haberse ido, y que ha derivado en una catástrofe semicontenida a pesar del recordatorio sobre los riesgos inherentes a la normalización de dicha ideología.
Patrick López, Slaughtecities 2: Cargill US, 2020.
Patrick López, Greek farm 1, 2021.
A la fecha de publicación de este texto, de todas las especies mamíferas que habitamos en la Tierra 36 por ciento somos humanos y 60 por ciento especies cultivadas como “ganado”. Apenas un 3 por ciento es representado por el resto de especies (elefantes, leones, cebras, y todas aquellas que tradicionalmente uno observa en un libro ilustrado para niños). De acuerdo al World Wildlife Fund, 70 por ciento de la población de peces está sobreusada, en crisis, o completamente agotada, producto de la pesca industrial. En todos los escenarios aparece la palabra consumo y consumidor. Ante tal escenario cabe preguntarnos: si este no es el momento, ¿cuándo podremos hacer un introspección como especie y un reconocimiento de nuestros cohabitantes? ¿Esperamos que se complete la extinción masiva o el siguiente gran virus?
Patrick López, Electrode insertion, 2021.
Patrick López, Agarre 2, 2021.
La visión mecánica del mundo (canon filosófico predominante), cuyo móvil último ha sido la búsqueda de orden, control, poder y superioridad, así como la separación entre lo humano y lo inhumano, ha armado e impulsado al Homo sapiens para producir un sinfín de aplicaciones materiales y tecnológicas que, al mismo tiempo que ejercen un auto otorgado derecho de poder, degradan, separan y ocultan a su(s) sujeto(s) y normalizan su dominio (de especies, de razas, de identidad, i.a.). Este conflicto está más amplificado, extendido y aceptado de manera tácita en la violencia ejercida sobre los animales no humanos. Ante este escenario, es pertinente cuestionar el papel y las implicaciones de nuestros lenguajes escritos y visuales: estamos saturadas y saturados de signos, códigos, eufemismos y materialidades cuyo fin y consecuencia es aquello que la investigadora y activista Carol J. Adams llama “el referente ausente”: “Sin los animales no habría acto de comer carne, sin embargo están ausentes del acto de comer carne porque han sido transformados en comida”.1
Patrick López, Blood, 2020.
Patrick López, How to kill animals humanely, 2020.
La normalidad y la tradición —soportadas en dichos signos y códigos— siguen una estrategia de disipación, anestesia y encubrimiento: permiten y se alimentan de la fragmentación, posesión y consumo de cuerpos, de su instrumentalización, y de la búsqueda de reafirmación de fuerza y virilidad, de lo cual la imagen, y particularmente la fotografía, no escapan.
Por ejemplo, al sentarnos alrededor de la mesa y referirnos a una vaca, un cerdo, un pez o a una gallina los sistemas de comunicación invisibilizan a los animales para convertirlos conceptualmente en un agrupamiento de nutrientes y en un objeto de placer y de deseo, reproducido a fuerza, para nuestro consumo.
Aquello que las personas no usan para nutrirse, se transforma en pegamento, jabón, cepillos, llantas, golosinas, fertilizantes, decoración, moda o hasta municiones. Conejos, ratones o perros son convertidos en instrumentos de medición y prueba. A otros animales se les asigna el rol de dispositivos de entretenimiento. Se le llama carne al músculo, mariscos a los invertebrados del mar, ganado a las vacas y toros, granjas a las prisiones o reproducción a la inseminación forzada, mientras términos como matanza humanitaria, sacrificio, eutanasia y control de población velan una violencia ubicua y sistematizada. Si ingresamos el término ternera (vacuno de 8 a 12 meses de edad) a un buscador web, este arrojará imágenes de trozos y cortes (cuerpos quemados).
Patrick López, Príncipe Baltasar Carlos, cazador, 2020.
Patrick López, Fuchsprellen, 2020.
La persona se separa (literal y metafóricamente) de su propia animalidad y desintegra al animal para alejarlo de su individualidad hasta convertirlo en polvo o aglutinante.
Literalmente, lo liquidamos y pulverizamos, o bien lo hacemos ausente al relegarlo al papel de analogía o anécdota (violentamos para hablar de violencia). A quienes consumen también se les anestesia mediante la saturación de anuncios, promociones, suplementos y dietas. Reyes, payasos y coroneles nos invitan a consumir mediante la estimulación de la nostalgia y el juego; vacas ríen, cerdos felices nos hablan, gallinas posan y peces bailan invitándonos a devorarlos mientras se nos insiste en una doctrina proteínica que desde hace un siglo es desarmada y revertida por la ciencia.
En esta saturación, hiperreproducción y estilización de la sangre, la acción y los agentes de violencia y de control se disipan, ocultan y asimilan en las ideologías dominantes: “Es precisamente en esta clonación infinita de la imagen, en esta infinita proliferación de signos, que el signo mismo se vuelve invisible. El signo ya no tiene significado”, dice Neil Leach en The Anaesthetics of Architecture. Irónica —pero lógicamente—, al matadero se le coloca lejos de los ojos del consumidor, fuera de la ciudad y tras un camuflaje de lámina y concreto intentando salvar su mirada de “prácticas estéticamente ofensivas” (sic).
Patrick López, Slaughtercities 1: Tyson US, 2020.
Inmersos en un tiempo fértil para una alargada pero inexpugnable (y tal vez impostergable) puesta en crisis de arraigados sesgos ideológicos, el miedo a la transformación de una visión dominante del mundo parece buscar nuevos y viejos mecanismos de defensa: al consumidor (de cuerpos, de ideas y de imágenes) hay que cuidarlo y estimularlo, pero sobre todo reafirmarlo.
Patrick López, Smoking unit 2 (v1), 2020.
Patrick López, Castration knife, 2021.
En este punto, y regresando a esa renovada conciencia de fragilidad humana, tal vez valga la pena hacer un breve ejercicio mental: ¿Cómo luciría el planeta Tierra en completa ausencia de otras especies animales?, ¿cómo se comportarían el mar, el clima, el bosque, los ríos… las ciudades?, ¿cuánto de nuestro bienestar como especie lo debemos a nuestros cohabitantes no humanos? La pregunta es retórica y la respuesta es: mucho, tal vez todo.
Patrick López, (disabled) Hunter 1, 2020.
Más aún: no estamos llamados —sino obligados— a reconocer su valor intrínseco, más allá del bienestar humano. Tal vez es hora de reconocer de manera colectiva esa ausencia sistematizada y encubierta para comenzar a restaurar la presencia (visual, textual, física y metafórica) del animal, y en esa acción reconocer también nuestra propia animalidad y la dignidad intrínseca que ella contiene.
Patrick López, Deformable Atlas, 2020.
Patrick López (Ciudad de México, 1983)
Es fotógrafo, artista visual y arquitecto. Su trabajo se centra en el territorio y la dicotomía natura-artificio explorando su ocupación y transformación, construcción y representación
a partir de vetas personales, ambientales y sociopolíticas con un énfasis en las dinámicas de poder y dominio.
1 Carol J. Adams, The Sexual Politics of Meat. A feminist- vegetarian Critical Theory, (Londres: Bloomsbury Revelations, 1990).